viernes, 20 de agosto de 2010

La falacia kirchnerista

La constelación que incluye al progresismo, a la centro-izquierda y a la izquierda, en general, en nuestro país se encuentra, desde el 2003, frente a un dilema que lo tensiona: ¿hay que apoyar al kirchnerismo, o no? En otras palabras, lo que tensiona al progresismo es lo siguiente: ¿la única posibilidad de ser de izquierda hoy en la Argentina es apoyando orgánicamente al proyecto oficialista, suponiendo que su propuesta es la única que nos lleva al “socialismo”? ¿No hay posibilidades por fuera del modelo K de pensar otros proyectos emancipadores, que pretendan transformar la sociedad argentina?
La situación es verdaderamente angustiante ya que divide al campo popular y progresista –a sus militantes– entre aquellos que apoyan absolutamente y acríticamente al gobierno (el kirchnerismo y sus organizaciones de base), entre los que lo consideran un buen gobierno, aunque mejorable (aquí podemos incluir a distintas fuerzas políticas como Proyecto Sur, el GEN, la CTA –con sus variantes–, algunos sectores del radicalismo más progresista y a un sector del socialismo, entre otras) y entre los que se oponen rotundamente, al considerarlo burgués, regresivo y capitalista (fundamentalmente, este tercer sub-mundo del progresismo está integrado por los partidos de izquierda tradicionales como el PO o el PTS, por ejemplo). Y, al parecer, las tres posiciones resultan irreconciliables: los que integran al primer grupo no aceptan, por válida que sea, ninguna de las críticas constructivas que se le puedan hacer al gobierno K y tildan a todos ellos, casi casi, como antirevolucionarios; los del tercer grupo, por su parte, no pueden evaluar como positiva –es decir, como progresiva– ninguna de las iniciativas del gobierno porque, según ellos, no pretenden erosionar la hegemonía de las clases dominantes y, por ende, no pretenden instaurar el “socialismo”; el segundo grupo, sin embargo, es el que se encuentra en la peor situación que oscila entre apoyar algunas de las medidas del kirchnerismo por progresistas y criticar otras porque no lo son, o bien, porque directamente son regresivas. Así, este segundo grupo de díscolos histéricos consigue que los otros dos se pongan de acuerdo para correrlo, cada vez que pueden, por izquierda. Incluso, muchas veces los argumentos esbozados son similares.
No me interesa mucho detenerme a pensar en la actuación política del tercer sector del progresismo, me parece que su postura anti-todo es sumamente repudiable y que no permite avanzar en la discusión sobre cómo transformar la sociedad argentina. Para ellos, la única posibilidad para ello es una revolución que permita instaurar un modelo económico comunista dirigido por el proletariat. Según mi parecer, es una postura irreflexiva y dogmática no aplicable –claramente– a la realidad política de la Argentina. Pero sí me parece que puede ser fructífero, con el objetivo de propiciar dicho debate, comenzar a preguntarse por qué los kirchneristas se defienden tanto de las críticas que les pueden hacer los espacios políticos que claramente son de izquierda y que claramente son progresistas, pero que no son anti-todo. Es decir, lo que me interesa pensar es por qué el kirchnerismo le teme políticamente a los sectores que a veces apoyan sus iniciativas y que otras las critican, no porque las consideren absolutamente erradas sino porque les parece que son perfectibles, o sea, que pueden estar mejor.
La respuesta a este miedo aparentemente irracional de los sectores más fanatizados del kirchnerismo, por ahí, la podemos encontrar apelando a que el kirchnerismo justamente propone un discurso falaz: se cree lo más revolucionario, lo más transformador de la sociedad, pero en verdad no es más que una variante –más agradable, sin dudas– del liberalismo que expresa la clase media pequeña burguesa argentina.
¿A qué me refiero con lo anterior? El kirchnerismo creyó que las principales iniciativas que impulsaban suponían un conflicto de intereses con las clases dominantes a través del cual se modificaba de cuajo la matriz productiva y distributiva de la sociedad y, por ende, un cambio estructural. Sin embargo, no fue así: fueron políticas progresistas, de eso no caben dudas, pero en ningún momento pusieron en peligro la hegemonía de los sectores dominantes; nunca se puso en tela de juicio quién debía tener el poder en la Argentina, si el pueblo o los sectores económicos y políticos dominantes. De ese modo, el kirchnerismo favorece el mantenimiento del status quo imperante, al tiempo que engaña a la clase media y a los sectores más empobrecidos al otorgarle mayores “libertades civiles, individuales”.
Algunos ejemplos pueden ilustrar a qué me refiero cuando hablo de “falacia”. Si nos remitimos, por ejemplo, a la Ley de Medios observamos que el debate político entre Clarín y el gobierno, si bien pretendió redefinirse en clave ideológica por parte del kirchnerismo (nosotros, el gobierno, le quitamos poder a los monopolios más concentrados de la economía; ellos, Clarín, son unos gorilas que apoyaron la dictadura militar de 1976 y que se beneficiaron con la era de oro del neoliberalismo en la Argentina), en verdad era una pelea de intereses intra-clase entre una empresa oligopólica y un gobierno capitalista que no pretendía socializar la esfera de los medios de comunicación sino que, por el contrario, pretendía dominarla para repartirla entre sus aliados. Con la Ley del Matrimonio Igualitario pasó algo similar: el gobierno pretendió presentar esa iniciativa como una confrontación directa con los sectores más conservadores de la Iglesia, pero no era más que una propuesta que pretendía darle mayores libertades a una minoría específica (y que además no criticaba la institución del matrimonio) que surgió de distintas organizaciones de la sociedad civil y que fue apropiada por el kirchnerismo. Se podrían seguir dando ejemplos sobre políticas impulsadas por el gobierno que no pretendían modificar estructuralmente el país, aunque lo presentaran como si fueran medidas revolucionarias, como la reprivatización de las empresas privatizadas (el argumento era que a partir de ese momento, los principales accionistas eran argentinos, pero en ningún momento se pensaba en la posibilidad de la reestatización) o la extensión de los permisos de explotación de los yacimientos de recursos naturales a empresas extranjeras o la reforma de la Ley de Partidos Políticos que obtura la posibilidad de que terceras fuerzas, verdaderamente progresistas, puedan acceder al poder y que, por lo tanto, favorece al bipartidismo tradicional, entre otras.
Es cierto, también, que hubo medidas más progresistas que discutían la matriz productiva y distributiva de la Argentina que no se modificó durante los últimos treinta años durante los siete años de kirchnerismo en la Argentina. Una de ellas fue el intento de cobrar retenciones móviles al sector económico más favorecido durante la fase ascendente del ciclo económico argentino que fue el campo, con la intención de que esas ganancias extraordinarios se redistribuyan en toda la sociedad. Es cierto que esa medida los puso frente a frente con la oligarquía terrateniente y con los pooles sojeros –los sectores económicos más reaccionarios de la sociedad–, pero no deja de ser cierto tampoco que la intención verdadera de esa iniciativa fue ampliar la caja del Estado para poder repartirla (al igual que las licencias de los medios audiovisuales) entre sus aliados. La Asignación Universal por Hijo también fue una medida del gobierno que considero positiva puesto que tiene la intencionalidad de modificar la matriz distributiva; pero a pesar de sus buenas intenciones, el alcance de aquella política no termina de convencer ya que no determina la universalización total de la asignación, sino que pone requisitos para acceder a dicho Programa.
La iniciativa de acabar con las AFJP, finalmente, fue un caso bastante particular. Sin dudas, fue la medida más progresista del kirchnerismo ya que desarticuló de cuajo un negocio vinculado directamente con la época neoliberal –que priorizaba y favorecía a la especulación financiera–, al tiempo que estatizaba una gran masa de capital para ser distribuido entre la población. El inconveniente de esa medida, en todo caso, tuvo que ver con cómo se utilizó ese dinero: no se priorizó la industrialización y la inversión sino que fue utilizado para garantizar la demanda agregada de los sectores más empobrecidos, a través de planes sociales acentuando el perfil asistencialista del modelo de país kirchnerista.
En definitiva, entonces, a través de estos ejemplos observamos que la política del kirchnerismo favorece, por un lado, a través de iniciativas que sólo modifican a la superestructura, a otorgar mayores libertades individuales a sectores específicos de la sociedad como pueden ser determinadas organizaciones sociales o a minorías; y, por otro lado, a través de iniciativas mediante las cuales se incrementa la caja del Estado, a enfatizar el perfil asistencialista del kirchnerismo a través del cual se pretende mantener elevada la demanda agregada. Pero en ningún caso se pretende favorecer políticas de inversión que diversifique la matriz productiva de la Argentina. En esto consiste justamente la falacia del kirchnerismo: pretenden hacer más de lo que hacen en verdad, pretenden quedar como transformadores cuando en verdad no hacen más que extender las libertades civiles consagradas por la Constitución y otorgar beneficios económicos a los sectores más castigados por el neoliberalismo para mantener, e incluso incrementar, la demanda agregada.
Por ello, considero que para seguir pensando la transformación estructuralmente del país el kirchnerismo debe sincerarse para que pueda comprender conscientemente sus limitaciones; y debe aceptar las críticas que le hacen por izquierda con buen tino (al mismo tiempo, los espacios de centro-izquierda no adictos al gobierno deben comenzar a observar la mejoría relativa que implica el kirchnerismo respecto, por ejemplo, al menemismo; debe dejar de acusarlo de ser una continuación del modelo de los 90). Sólo de esa manera se podrá superar aquella tensión que hoy atraviesa al sector progresista y popular; sólo así podremos pensar de qué manera lograr un movimiento realmente emancipador.

1 comentario:

Facu dijo...

interesante repaso dibu pero...

tengo que contestarte que la falacia de proyecto sur y del gen consiste en presentarse como fuerzas del 2do grupo que definiste y realizar análisis en términos de estructura y superestructura, más propios del tercer grupo. Con esto no quiero decir que el marxismo no sirva para nada, pero plantear que la ley de servicios audiovisuales es una medida super estructural, que no afecta la relación de fuerzas entre los distintos agentes sociales me parece de una miopía preocupante. Sin embargo, este no es el mayor problema de estos sectores. Su mayor problema es que cierren filas con los sectores más retrógrados de la política nacional y coincidiendo en discursos vacíos de contenido en las tribunas mas deleznables.