martes, 3 de agosto de 2010

La política, según el PRO: el arte de escuchar con oídos sordos.

Dicen ser la nueva política, dicen no tener los vicios y no apelar a las malas artes a las que los políticos “viejos” nos habían malacostumbrado (la corrupción, la rosca política, la desatención por el vecino de a pie, etc.). Dicen de sí mismos que son gente joven, que deciden meterse en la política con la buena intención de dar una mano. Dicen ser profesionales, capacitados para administrar de manera eficiente los recursos del Estado. Dicen saber cuáles son los problemas que les preocupa a los vecinos. Dicen y creen en muchas cosas; todas lindas, que les resultan simpáticas a la gente. Pero jamás dicen cómo hacer todo eso que imaginan. Eso es, en pocas palabras, el PRO: un conjunto de buenas intenciones que no pueden llevarse a la práctica por qué no saben cómo realizarlas en la cotidianeidad; o peor, que se terminan llevando a la práctica de manera que generan muchos nuevos problemas sin siquiera solucionar el que se proponían.

Y eso, evidentemente, resulta problemático para todos los que vivimos en la Ciudad de Buenos Aires, que es por ahora –y por suerte– el único distrito en el cual gobiernan. Veamos: dicen querer mejorar la seguridad en la Ciudad de Buenos Aires, o la educación, o la salud o el transporte, entre otras cosas. Todo eso es muy bueno, nadie lo niega. Creo que nadie negaría, de hecho, que esos son los principales problemas que cualquier gobierno de la Ciudad consideraría prioritarios. Pero, ¿cómo intentan solucionarlos? Con medidas que requieran poca inversión, apelando a los capitales privados y desatendiendo los conflictos sociales y políticos que surgen en la Ciudad. Es decir, pretendiendo eliminar de la faz de la tierra la esfera de lo político, suponiendo que la de la Ciudad de Buenos Aires es una sociedad homogénea, no conflictiva. Entonces, crean una fuerza policial paralela a la que ya existe en el ámbito de la Ciudad, en vez de intentar llegar a un acuerdo con el gobierno nacional; ponen caloventores en las escuelas para que los chicos que estudian allí no se mueran de frío en invierno, en vez de invertir para que haya gas en los establecimientos educativos; crean “contracarriles” en avenidas importantes para modificar el trayecto de los colectivos, en lugar de invertir en un transporte público moderno, veloz y menos contaminante; defienden la inversión privada en salud, y no arreglan los hospitales públicos. La lista podría continuar.

La implementación de estas políticas, como sucede con cualquier política pública que se lleve a cabo en cualquier lugar del planeta, implica reclamos y críticas de aquellos que no resultan favorecidos. ¿Cuál es la postura del gobierno PRO frente a ellas? Podríamos dividirla en dos fases correlativas: primero, se hacen los democráticos y se sientan a escuchar todo lo que los ciudadanos que resultaron perjudicados tienen para decirles; posteriormente, comienzan a dar respuestas evasivas a las cuestiones antes señaladas. Prometen que sus reclamos van a ser escuchados, que van a ser analizados y que luego se les dará una respuesta. Las respuestas llegan, aunque de modo tardía: son de carácter administrativo o burocrático y la mayoría de las veces –me animaría a decir en un 99,9%- no responden satisfactoriamente a la demanda realizada. En criollo: bicicletean los reclamos, y los estiran en el tiempo apelando a “la buena voluntad del funcionario en intentar resolver el tema”, implorando que entiendan “lo complejo que son los procesos burocráticos internos”.

Dicen ser la nueva política, que vienen con aires modernos y renovadores. Pues bien, ante esto yo me planto: si la nueva política no pretende resolver los problemas de la sociedad, niega el aspecto negociador y constructivo de la política, cree que sus métodos son los únicos valederos y que hace oídos sordos a los reclamos de la gente, yo claramente prefiero a la vieja política, a pesar de sus vicios.

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